The end?

Nunca una mirada había cambiado tanto su vida o, al menos, eso pensó cuando todo acabó.

¿A quién no le ha sorprendido la vida alguna vez y esa sorpresa ha sido una de las cosas más increíbles que le ha podido pasar?

Aquella noche sentía que alguien la observaba. Un mariposeo recorrió su cuerpo sin ser consciente aún de que, desde ese momento, sería  una adicta a las mariposas… a las suyas. Esas que llegan de imprevisto y no quieres que salgan volando desvaneciéndose en la nada.

Echaba de menos aquella manera de mirar. Como ya sabía, había miradas que lo decían todo y palabras que no decían nada y, en esta ocasión, estas últimas sobraban.

Volvió a su casa con cierta inquietud pensando en aquel momento tan fugaz pero que le había provocado ese halo de luz que tanto necesitaba.

Pero algo fallaba en ella. No sabía muy bien que era, pero después de que su cabeza diera vueltas y más vueltas llegó a la conclusión de que se moría de miedo…y de ganas a la vez. «¿Ganar o quedarse con la duda de que hubiese pasado?» se repetía mil veces.

«Quien no arriesga, no gana» y que gran razón. Se aventuró en una infinidad de sentimientos y nunca se arrepintió de ello.

Ganó verdad. Ganó vida.

Bendita casualidad en aquel remoto lugar un día cualquiera. Esa eran sus buenas noches cada día que pasaba.

Era la historia, o el capítulo según algunos, que todo el mundo deseaba tener. Esa que empieza con la timidez propia de la infancia pero con la madurez de un adulto. Donde el «te quiero» se hizo de rogar pero no recordaba uno tan especial que al pronunciarlo, el brillo del Sol era comparable al de sus ojos. Ese momento inesperado en el que un abrazo acababa con todas las preocupaciones y donde, ante todo, lo que los unía era una bonita amistad. El mejor amigo y confidente. Ese que sabía escuchar y comprender. Aquel que anteponía la felicidad de su compañera a la propia y por eso, la dejó ir.